domingo, 24 de febrero de 2008

Viviendas y patatas

A mediados del siglo XIX Irlanda sufrió una galopante crisis que sumió al país en la más absoluta miseria. En ella radica la razón por la que miles de irlandeses dejaron el país y se establecieron en diferentes rincones del mundo. Fueron un millón los que decidieron emigrar y un millón más los que perecieron debido a la hambruna.
Por aquel entonces, la población tenía como elemento principal de su nutrición la patata, y una plaga que afectó al tubérculo provocó que los irlandeses vieran desaparecer su principal sustento. La patata empezó a escasear, y su precio a subir. Lo curioso del asunto es que, cuanto más subía el precio de la patata, más lo hacía su demanda, dicho de otro modo, la elasticidad precio de la demanda era positiva.
Los economistas tomaron esta situación como ejemplo para definir los denominados bienes Giffen, caracterizados porque su demanda sube al aumentar el precio, bienes que a muchos les cuesta creer que puedan darse en la realidad y los consideran meramente teóricos.
Hoy, tomando una deliciosa Murphy’s, he recordado la llamada “Crisis de la patata” irlandesa. Durante centésimas de segundo mis ojos se han dirigido hacia un cartel que había sobre un balcón de la cera de enfrente que rezaba “en venta”. Habrá sido obra del subconsciente, ya que durante el siguiente trago me he preguntado: “¿Por qué aumenta en los españoles ese sentimiento de necesidad de comprar una vivienda cuando los precios se incrementan de un modo tan desproporcionado y antinatural?”
Uno no es dado a la bebida, será por eso que le bastan un par de stouts para llegar a ser capaz de mezclar viviendas y patatas.

lunes, 18 de febrero de 2008

Los Hoyt

¿Cuántos de vosotros serías capaces de nadar 4 km, salir del agua y agarrar una bicicleta para pedalear durante 180 km y acabar la jornada deportiva corriendo una maratón? En eso consiste el "Ironman", una competición que pone a prueba la resistencia de auténticos superhombres.
Dick y Rick Hoyt , padre e hijo, participaron en una de las ediciones de Ironman. Esta pareja australiana demostró al mundo de lo que es posible el ser humano, emocionó al mundo llevando hasta el extremo una demostración de esfuerzo, superación, motivación y... amor. Y es que Dick, con más de 60 años, quería que su hijo fuera también un superhombre, un superhombre capaz de superar los 4 km a mar abierto, un superhombre capaz de recorrer 180 km en bicicleta, un superhombre capaz de completar una maratón, un superhombre, sí, pese a sufrir una discapacidad que le tiene prostrado en una silla desde su infancia.
Las imágenes son sobrecogedoras. Muchos pensaréis "¿Y para qué?". Fijaos en la alegría del muchacho al cruzar la meta convertido ya en superhombre empujado por su superpadre, he ahí la respuesta.

jueves, 14 de febrero de 2008

Próxima parada...

Cierro la puerta del coche y salgo corriendo echando un nuevo vistazo a mi reloj: estoy a punto de perder el avión.
Corro a una de las entradas de la Terminal B de "El Prat". Esperar a que la puerta giratoria permita mi entrada se me hace eterno. Una vez dentro subo corriendo en dirección al control, ya he obtenido la tarjeta de embarque en casa.
Saco el portátil de la funda, me quito el abrigo, la americana, el cinturón, el reloj. Meto también en la bandeja el móvil, las llaves, las monedas. El arco no tiene piedad: pita. Me instan a quitarme el calzado, no tengo tiempo para protestar, me descalzo resignado y paso, esta vez sin problema.
Devuelvo todo a su lugar y corro hacia las pantallas que indican la puerta de embarque. Entre las salidas inminentes no aparece por ningún lugar mi vuelo, ¿lo habré perdido ya? No, es imposible, aún faltan 7 minutos para la salida.
En el primer mostrador de Aena me informan de un retraso, el avión todavía no ha llegado, levantarme a las 6 de la mañana no ha servido de nada. Voy al mostrador de la aerolínea a ver si averiguo algo más y sí, lo hago: el primer vuelo de la mañana a Valencia ha sido anulado, pueden colocarme en el siguiente (4,5 horas más tarde) o ir vía Madrid. Miro el reloj, ya no llego a coger el tren, tengo que resignarme y correr hacia la puerta de embarque del vuelo que ya se está cerrando para Madrid.
Ya en vuelo, empiezo un libro que me regalaron hace unos días y del que hablaré pronto. Todo parece encauzarse tras los momentos de nerviosismo iniciales. Se disipa ligeramente la indignación por tener que recorrer media España para ir a un destino tan próximo, "Son cosas que ocurren", me digo a mí mismo. Horas más tarde tendré que decirme lo mismo cuando, siendo imposible volver en avión tenga que volver a correr del aeropuerto de Manisses a la estación de trenes de Valencia para poder llegar a dormir a casa.

domingo, 10 de febrero de 2008

Sueños

Hay ocasiones en las que nos despertamos con la sensación de haber tenido un sueño increiblemente real, ocasiones en las que, ya despiertos, comprobamos cómo se prolongan las palpitaciones, cómo tarda unos minutos en desaparecer la sonrisa.

La sensación tras haber asistido a la edición de este año de "Il Ballo del Doge" es similar, salvo que al revés, es decir, haber vivido una experiencia con la sensación de que no haya sido más que un sueño, un extraordinario sueño.

Todavía no he recibido las fotos de esa noche, en la que cámara, móvil y reloj se quedaron en el hotel. Esta semana, presumiblemente, recibiré algunas, y con ellas, colgaré una breve crónica de la fiesta.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Conductor suicida

- ¿De qué color estaba el semáforo? - me pregunta un agente tras haberme hecho detener a base de señas con el brazo y pitidos con su silbato, y haberme obligado a realizar una maniobra prohibida para aparcar en el lugar indicado.
- En ámbar.
- ¡Ah! ¡En ámbar! ¿Seguro?
- Sí, agente.
- Muéstreme los papeles del coche y su permiso de conducir. ¿Ud. no sabe que cuando el semáforo está en ámbar hay que detenerse?
- Sí, agente, pero, dadas las circunstancias, si intentaba detenerme en los escasos cinco metros que me quedaban corría el peligro de ser embestido por el vehículo que ha empezado a acelerar tras de mí.
- Ya, ya. Entiendo que me responda eso, pero si no se ha parado entonces, debería haberse parado justo después del paso de peatones, tal y como dice el código.
- Lo hubiera hecho sin duda si hubiera un cruce, agente, pero ese semáforo es sólo para permitir el paso de peatones, aquí no hay ningún cruce y, como deberá comprender, es absurdo detenerse si ya se ha superado el paso de peatones.
- Sí, sí, pero el código es el que es.
Minutos después el guardia urbano detenía la circulación en un tramo de la avenida Diagonal para que yo pudiera volver a realizar una maniobra prohibida y seguir así mi camino. En el asiento del copiloto una boquilla de control de acoholemnia usada y el recibo de una multa, mi primera multa.
A escasos metros del lugar del crimen, un semáforo se ha puesto en ámbar, mi pie ha pisado el pedal del freno instintivamente, tras de mí un todoterreno ha chirriado al no esperar mi frenada, por el carril de mi derecha, con el semáforo ya en rojo, he sido adelantado por un motorista, un motorista de la guardia urbana que, muy probablemente, era el mismo que me había multado segundos antes.