Conduzco bajo una inquietante tormenta hacia el aeropuerto de Granada. La lluvia cae con tal intensidad y fuerza que algunos conductores optan por detenerse en el arcén. Otros, conectan la señal de intermitencia y avanzan a penas a 50 km/h por la autopista. Inconscientemente, los voy dejando a todos atrás mientras la tormenta parece arreciar aún más.
A mi izquierda, en sentido contrario, un Peugeot se ha chocado contra la bionda central y ha quedado seriamente dañado. Una patrulla de la Guardia Civil ha acudido a socorrerlo. Más a la izquierda aún veo lo que parece el ojo de la tormenta. El golpeo de las gotas de agua contra el parabrisas es cada vez más fuerte, el ruido que provocan resulta hipnótico. Los limpiaparabrisas, pese al esfuerzo, parecen vencidos.
Tomo el volante con ambas manos. Me concentro en los escasos puntos de referencia que aún consigo ver. Y avanzo. Avanzo a través de la primera tormenta de otoño, que, sin duda, no será la última.