martes, 11 de marzo de 2008

Paradojas de la radio

En el portal de un viejo edificio de una apartada calle me confirman que sí, que en la séptima planta hay una radio. Entro contrariado, esperaba un gran cartel, un letrero luminoso, un moderno hall con guardia de seguridad y cámaras de vigilancia, me encuentro sin embargo con una entrada que bien podría ser la de cualquier edificio de viviendas de los años 70, un corredor con sobrias paredes pintadas de blanco ensuciadas por el tiempo, una sedienta planta en el rincón y, a la derecha, un amenazador ascensor que anuncia su llegada con un gran estruendo. Ya en la séptima planta, veo un rótulo en la puerta que efectivamente reza el nombre de la emisora.
Son las ocho de la tarde, las luces están apagadas y no se ve nadie en el mostrador. No pierdo tiempo en buscar un timbre, empujo suavemente la puerta por si la encuentro abierta. Efectivamente, puedo entrar en la oscura y descuidada recepción.
Tras breves segundos pensando si continúo avanzando por la aparentemente abandonada emisora veo que, al fondo, hay una luz encendida. Me dirijo a ella cruzando un par de puertas más.
Tras un cristal, puedo ver a la única persona que sigue trabajando. Un locutor que aparenta rondar los sesenta años que sostiene apesadumbradamente su cabeza con una mano mientras con la otra mueve alguno de los controles que tiene ante sí. Busco con mi mirada alguna luz roja encendida, a poder ser, como en las películas, con las letras "on air". No la encuentro, pero, definitivamente, el locutor, que todavía no se ha percatado de que alguien ha entrado y lo está observando, está en el aire.
Por unos momentos me pregunto cuántas personas pueden estar escuchando ese programa, si habrá alguien que sintonice el programa de un locutor desconocido, en una emisora desconocida que se encuentra a las afueras de Barcelona. Inmerso en la penumbra de la sala me inunda un sentimiento de soledad que, de ser yo quien condujera la emisión, me obligaría a apagar resignado la única luz encendida de la oficina e irme a mi casa apesadumbrado por el aparente fracaso.
Paradójicamente, traigo un obsequio para este locutor, un presente de parte de una de sus oyentes y admiradoras. Paradójicamente el presente que le entrego y mi ropia presencia, alegran al solitario locutor, del mismo modo que él, desde su soledad, está alegrando a miles de oyentes con su programa.

lunes, 10 de marzo de 2008

Mañana de elecciones

Sin mochila, sin desayuno, sin haber hecho los deberes, sin llevar un solo cromo que poder intercambiar, sin las canicas, sin la bata, sin las deportivas, sin rodilleras, sin la abuela agarrando mi mano. Aparco el coche enfrente de la puerta; zapatos negros, tejano, jersey de cuello alto negro y abrigo largo gris. Guardo las gafas de sol en un bolsillo e intento descubrir a algún conocido, alguno de esos amigos que solía encontrarme los primeros días de escuela.
A diferencia de antaño, la multitud que se acumula a las puertas del colegio, hoy llamado electoral, carece de la emoción del primer día, nadie busca su "muy mejor amigo" al que hace cuatro años que no ve, nadie saca su recién regalado "Gijoe" para alardear ante el resto. Se limitan a un automático gesto de revisar las listas y corroborar que aparecen en ellas para, entonces, entrar directamente, sí,directamente, nadie siente la nostalgia de entrar sólo después de escuchar "el timbre".
Entro sin más, cojo una papeleta cualquiera, la introduzco en un sobre y, así, a la mesa A, en la que hay una urna donde, sin necesidad de sello, puedo echarlo con la seguridad de que llegará a destino hoy mismo.
Ir a votar ya no va acompañado de la ilusión de que puedan ganar o no los míos, ir a votar ya no va acompañado de un sentimiento de duda por si estaré o no apoyando al partido correcto, ir a votar ya no va acompañado de aquel otro sentimiento de orgullo por ser ya mayor. Ir a votar es ahora un pretexto para volver a la escuela del barrio que me vio crecer. Ir a votar es ahora un pretexto para charlar con los vecinos con los que hace ya años que no convivo. Ir a votar es ahora un pretexto para salir a tomar el aperitivo con los míos mientras, en lugar de conjeturar sobre los hipotéticos resultados, conversamos sobre nuestras vidas cotidianas, sobre esos aspectos rutinarios olvidados por aquéllos a los que, minutos antes, hemos dado nuestro apoyo en forma de voto.

sábado, 1 de marzo de 2008

Los últimos días del Edén

Hace un par de días Hoteles Jale se sumaba al conjunto de empresas relacionadas con el sector inmobiliario que se han declarado en suspensión de pagos en las últimas semanas. La empresa, cuyo negocio principal es la promoción inmobiliaria, aumentó probablemente en exceso su apalancamiento con la adquisición de Incosol, el conocido complejo médico-hotelero de Marbella, y ante una coyuntura financiera como la actual, tal endeudamiento se ha convertido en una pesada losa para la compañía.
A tan solo una semana de las elecciones, el número de empresas del sector inmobiliario en situación concursal parece escaso para lo que podría llegar a ser. Uno tiene la sensación de que, a partir del próximo domingo, las noticias de inmobiliarias que entren en suspensión de pagos se van a convertir en habituales y diarias. Hasta el momento, los favores políticos pueden haber supuesto que las mayores entidades bancarias anuncien renegociaciones de deuda con muchas de las sociedades amenazadas por el tamaño de su pasivo, pero estos favores tienen una fecha de caducidad, veamos qué ocurre a partir del próximo 9 de marzo.