Inland Empire es una sucesión de escenas cuya conexión es un ligero hilo a penas apreciable que conduce al espectador a través de tres surrealistas, a la vez que sugerentes, horas de metraje.
La historia gira entorno a una actriz que ha conseguido superar un casting para interpretar el papel protagonista de una película que resulta ser el remake de una cinta polaca no acabada debido a la muerte de sus dos actores principales. Cualquier otro comentario sobre el argumento sería puramente subjetivo, y es que sobre esa línea argumental el arriesgado director, David Lynch, da rienda suelta a su creatividad y nos sume en un universo de sensaciones que muy probablemente llevan a cada espectador por derroteros dispares.
Para quien escribe, la intensidad de las escenas y la brusquedad con que cambian los ambientes y los personajes han originado el aterrador sentimiento de estar visionando en una cinta la pesadilla de una persona ajena al experimento a que está siendo sometida. Como en un sueño, partiendo de una situación convencional, se suceden otras de los más incoherente, algunas relacionadas con elementos de la realidad más próxima, otras producto de la imaginación más inhóspita. Puertas que conducen a lugares diferentes, personajes desconocidos que parecen conocidos, personajes conocidos que parecen desconocidos, lugares extraños convertidos en propios de la rutina, lugares habituales convertidos en exóticos, y todo ello ligado con la coherencia que tan sólo el subconsciente que rige nuestra mente en una fase de sueño sabe proporcionar.
Probablemente es difícil encontrar esta película en una lista de recomendaciones, no sería tampoco yo quien la incluyera, pero se trata sin duda de uno de los trabajos experimentales más logrados para acercar el cine a un estado de evolución artística al que tal vez sólo estamos acostumbrados a reconocer la pintura, ésa a la que llamamos abstracta.