Desde que las empresas descubrieron que apostando por estructuras menores que posibilitaran la comercialización de productos a un precio notablemente inferior al habitual para un producto o servicio de las mismas características en condiciones habituales, han aparecido numerosas empresas o se han creado divisiones nuevas en empresas existentes para aprovechar el tirón.
Lo último en el segmento de las low-cost está por llegar, y corre a cargo de Renault. El maltrecho sector del automóvil ha decidido iniciar una carrera por obtener un vehículo lo suficientemente económico como para poder competir en mercados emergentes, y encontrar así un posible salida a su actual crisis.
Renault, que ha perdido recientemente el primer puesto en ventas de las empresas francesas en favor de Peugeot, ya había hecho una primera incursión en la producción de vehícuos económicos a través de su marca rumana Dacia. Sin embargo, su nueva apuesta va mucho más allá, los automóviles en que se está trabajando se pretende que no superen los 2.300€.
La idea es sugerente, esto podría suponer un incremento sustancioso en las ventas dando un respiro a los fabricantes, extendiendo el uso de los automóviles en países donde todavía son algo circunstancial.
Ahora bien, a ese precio, para que los beneficios, en porcentaje, aumenten suficientemente es necesario que las ventas sean un éxito, vaya, que los mil millones de indios circulen en uno de estos nuevos Renault, así como los tantos millones de nigerianos, de marfileños o de nicaragüenses. Y ahí viene la cuestión, en un mundo que empieza a preocuparse por sus constantes y recurrentes daños al medio ambiente, un mundo que ha descubierto el alcance nocivo de las emisiones de dióxido de carbono, ¿cómo va a soportar la explosión de la fiebre de los coches low-cost?
Evidentemente, al precio pensado, las cualidades pro-medioambiente son inexistentes, a diferencia de las perjudiciales, que se presumen numerosas. Unas máquinas que serán fabricadas en países con escasas o nulas medidas de protección del medioambiente, que se extenderán llenando de humo a grandes cantidades (pues no serán en absoluto sostenibles) los pocos rincones por los que todavía no existen ni siquiera carreteras, es decir, tendrán incluso que construirse nuevas infraestructuras en terrenos "vírgenes".
Unos lo verán como un nuevo aliento para la economía mundial, otros simplemente como una nueva amenaza, algunos como el modo de escapar de las sociedades que empiezan a agobiarse con sus preocupaciones por la naturaleza y explotar nuevos mercados. Y, en cualquier caso, Renault puede que sean los primeros, pero no serán los últimos, los fabricantes ya tienen un nuevo filón por explotar, nuevos mercados por desarrollar, todo un mundo por destruir.