De niño difruté leyendo "Misterio tras la niebla", en el que un chico viajaba en el tiempo cuando atravesaba una densa niebla de camino a su casa. El lunes por la noche fui yo quien atravesó la cortina de niebla.
Para aquellos que somos de Lérida, atravesar la cortina es sinónimo de volver a casa, de entrar en el país sin sol. A muchos nos supone una avalancha de recuerdos de imágenes del pasado, que nos empujan a pasear por la ciudad en busca de recuperar imágenes ya olvidadas.
Ayer me sentaba sobre una roca en el parque; echando la vista al río veía reflejada la imagen de un niño, sentado en mi misma roca, sosteniendo "La conjura de los necios" en sus manos, pero con la mirada distraída, observando su entorno imaginando que si el Cielo existiera no distaría mucho de esa imagen, un río rodeado de árboles y todo ello absorvido por una densa niebla.
Me gusta pasear por aquellos lugares que un día fueron míos, aunque ahora no vea más que caras desconocidas, aunque ahora compruebe que la propiedad de esos lugares está en manos de otros. Me gusta volver ver a aquel niño distraído correteando con sus amigos disrutando de un barrio que ya no existe. Volver a ver sentada en un banco a una persona que ya no está, que sólo el misterio que se oculta tras la niebla me permite volver a ver, a sentarme a su lado, a conversar, a escuchar sus historias, a recordar.
Hoy, huyendo de la niebla, he entrado en una cafetería. Charlando del presente y de los proyectos de futuro con viejos amigos, he visto asomar una cara conocida. En primera instancia tan solo ha sido una cara familiar, sin más. En unos minutos, he constatado que tras de mi se encontraba la que fuera mi maestra cuando tenía tan solo cinco años. Parece extraño, pero la ilusión me ha empujado a levantarme y darme la vuelta con intención de saludarla. Mi saludo ha ido acompañado de una explicación de quién era, y se ha visto correspondido por un cálido abrazo y unos minutos de nostálgica conversación. Se han sucedido las imágenes de capítulos que compartimos, y decenas de imágenes han vuelto a mi cabeza, imágenes tan absurdas como la de mi juguete favorito de la época, imágenes tan entrañables como la de mi juguete favorito de la época, y muchas otras, igual de absurdas, igual de entrañables.
Sólo aquí puedo estar desayunando dos días después de la entrega de los Goyas y escuchar "Vaya, al final el Almodóvar no ganó nada, ¿eh?", sólo aquí puedo pasear por la calle y sentir el embriagador aroma a galletas de la fábrica del barrio, sólo aquí el cambio al comprar del periódico es un cálido abrazo y un "qué ilusión que hayas venido". Sólo aquí se hace patente el poder de esa niebla que tantos detestan, esa niebla que, a los que la recordamos con nostalgia, nos embarca en un emocionante viaje a nuestra infancia en el que visitamos personas y rincones desaparecidos. Sólo aquí recuerdo aquel fantástico libro ya descatalogado de la desaparecida Arlequín "Misterio tras la niebla".
Para aquellos que somos de Lérida, atravesar la cortina es sinónimo de volver a casa, de entrar en el país sin sol. A muchos nos supone una avalancha de recuerdos de imágenes del pasado, que nos empujan a pasear por la ciudad en busca de recuperar imágenes ya olvidadas.
Ayer me sentaba sobre una roca en el parque; echando la vista al río veía reflejada la imagen de un niño, sentado en mi misma roca, sosteniendo "La conjura de los necios" en sus manos, pero con la mirada distraída, observando su entorno imaginando que si el Cielo existiera no distaría mucho de esa imagen, un río rodeado de árboles y todo ello absorvido por una densa niebla.
Me gusta pasear por aquellos lugares que un día fueron míos, aunque ahora no vea más que caras desconocidas, aunque ahora compruebe que la propiedad de esos lugares está en manos de otros. Me gusta volver ver a aquel niño distraído correteando con sus amigos disrutando de un barrio que ya no existe. Volver a ver sentada en un banco a una persona que ya no está, que sólo el misterio que se oculta tras la niebla me permite volver a ver, a sentarme a su lado, a conversar, a escuchar sus historias, a recordar.
Hoy, huyendo de la niebla, he entrado en una cafetería. Charlando del presente y de los proyectos de futuro con viejos amigos, he visto asomar una cara conocida. En primera instancia tan solo ha sido una cara familiar, sin más. En unos minutos, he constatado que tras de mi se encontraba la que fuera mi maestra cuando tenía tan solo cinco años. Parece extraño, pero la ilusión me ha empujado a levantarme y darme la vuelta con intención de saludarla. Mi saludo ha ido acompañado de una explicación de quién era, y se ha visto correspondido por un cálido abrazo y unos minutos de nostálgica conversación. Se han sucedido las imágenes de capítulos que compartimos, y decenas de imágenes han vuelto a mi cabeza, imágenes tan absurdas como la de mi juguete favorito de la época, imágenes tan entrañables como la de mi juguete favorito de la época, y muchas otras, igual de absurdas, igual de entrañables.
Sólo aquí puedo estar desayunando dos días después de la entrega de los Goyas y escuchar "Vaya, al final el Almodóvar no ganó nada, ¿eh?", sólo aquí puedo pasear por la calle y sentir el embriagador aroma a galletas de la fábrica del barrio, sólo aquí el cambio al comprar del periódico es un cálido abrazo y un "qué ilusión que hayas venido". Sólo aquí se hace patente el poder de esa niebla que tantos detestan, esa niebla que, a los que la recordamos con nostalgia, nos embarca en un emocionante viaje a nuestra infancia en el que visitamos personas y rincones desaparecidos. Sólo aquí recuerdo aquel fantástico libro ya descatalogado de la desaparecida Arlequín "Misterio tras la niebla".
1 comentario:
En la línia dels de la bici, molt bé!
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