Llego varios minutos antes del inicio, lo que me permite observar cómo en la fila de delante, un joven treintañero intenta cautivar a una chica algo menor que él. Supongo que el éxito de programas como “Aquí hay tomate” radica en la facilidad que tenemos por engancharnos a esas historias de amor que, como ésta, todavía no son ni un tímido rumor.
Llega la conferenciante, apenas ha iniciado la introducción al tema, su dulce voz, acompañada por la ambigüedad de mi colonia (cuando acabo de jugar siempre utilizo alguna de esas muestras que te dan en las perfumerías para no cargar con peso en la bolsa y, la de hoy, es posible que no fuera para mí, que fuera de mujer), me sumen en un profundo sueño. Aún de fondo escucho cómo la joven pareja se intercambia e-mails entre cuchicheos.
Me despierto entre aplausos, por un momento dudo si van dirigidos hacia mí, por haberme despertado por fin, pero no, evidentemente despiden a la agradable voz que ha posibilitado mi sueño. Los jóvenes de delante parecen haber consolidado ya una sólida relación.
En el descanso entre las dos óperas voy a tomarme un café. La noche se está haciendo algo larga. Para mi sorpresa, detrás de mí espera para utilizar la máquina la joven enamorada de la fila de delante, sola. Mientras la tecnología se encarga de mi café, se dirige a mí:
- Qué bien huele tu colonia, ¿cuál es?
- Uy, no sé. La verdad es que era de un tubito de esos de muestra y lo tiré sin mirar la marca.
- Pues deberías haberlo hecho, te favorece. - ¿significará eso que me favorece la ambigüedad? – Oye, ¿te importa que me siente a tu lado? Es que a mi lado hay un pesado que no para de intentar ligar y estoy un poco harta.
- No, no, por supuesto.
Menuda sorpresa. En fin, vamos de nuevo a la sala y contemplamos la segunda sesión. A su término la joven se vuelve a dirigir a mí:
- ¿Ha estado bien no?
- Sí, no ha estado mal.
- ¿Te apetece ir a tomar algo y comentamos nuestras impresiones? Nos puede ir bien para el trabajo. Yo te llevo, vengo en coche.
- Uf, es que yo vengo en bici – recordaréis qué pasó con mi bici – y los bares quedan todos lejos. Me daría palo tener que volver a por ella e ir a casa pedaleando a las tantas.
- Bueno, tranquilo, a lo mejor el próximo día, si no traes tu bici.
Me despido, salgo del edificio y cruzo la calle. Paro el primer taxi y subo a él. Tengo ganas de llegar a casa para contar a alguien que hoy me he puesto su colonia.