sábado, 20 de enero de 2007

Otro adiós inesperado (II)

Llegas a casa con retraso, cierras la puerta tras de ti y observas cómo tu pulgar izquierdo no se resigna a buscar el timbre con que cada día anuncia tu llegada. Se detiene, toma consciencia de la pérdida. Lo distraes alzando la muñeca para volver a mirar el reloj. Haberte detenido en la comisaría de la estación no va a hacer más que impedirte quedarte a comer. Corres a la habitación a cambiarte, a enfundarte la ropa deportiva y correr hacia el servicio de deportes, tan sólo te quedan un par de sesiones para completar la cuartilla.
Ya en la pista, te despojas del chándal, es el momento de vaciar tu mente, ya habrá tiempo de volver a llenarla de los pensamientos que la han ido colmando durante la mañana. Ahora tan sólo corre, golpea, olvida.
Al cabo de una hora sales del recinto, no lejos de él hay una parada de autobús, decides esperar. Los minutos se suceden, el aire golpea tu cuello cada vez con más insistencia. No te impacientas, el hacerlo no suele alimentar la prisa del conductor que te ha de recoger. Tras más de veinte minutos de espera llega tu autobús, extiendes tu brazo en señal de llamada. Para unos metros más allá de la parada, al subir compruebas que es un conductor novel, lo saludas con una sonrisa y te diriges a la parte trasera.
Tras el cristal vas viendo cómo los edificios crecen poco a poco, cómo empiezan a verse los primeros transeúntes, cómo la ciudad empieza a ser ciudad. Estudiantes visiblemente cansados se confinan a las puertas de la biblioteca, más adelante turistas con ropa estival esperan su particular autobús descubieto, unos metros más allá, empiezan las oficinas, con sus puertas flanqueadas por varios empleados que aprovechan el último cigarro de la tarde para acortar su jornada.
Llegas a tu destino, una calle más abajo está la comisaría de la policía autonómica a la que te han remitido esta mañana. Nunca habías venido anteriormente, te asombran las dimensiones del edificio. Doblas la esquina (el edificio ocupa toda una isla), ves algo que te sorprende: guardando la entrada del parking (allí donde supones que tienen aparcados los coches patrulla, las furgonetas y las motos del cuerpo) se encuentra un vigilante de seguridad de una empresa privada, Prosegur. Piensas en la paradoja que supone que un cuerpo de seguridad público acuda a la contratación de un cuerpo de seguridad privado.
Una vez dentro te diriges a una ventanilla, que se cierra justo cuando quieres empezar a hablar. Vas entonces a la ventanilla contigua. El agente que debe atenderte parece muy ocupado, tal vez la dificultad que muestra al utilizar el teclado le hace tener que dedicar un tiempo del que no dispone a la cumplimentación de sus sencillos formularios. Tras intercambiar unas palabras con el agente que instantes antes ha preferido no atenderte te mira, supones que se trata de un sucedáneo al saludo y a preguntar el motivo de tu visita. Saludas, expones tu caso. Se indigna, pero no comparte tu misma indignación, la suya se debe a conocer que sus colegas de la comisaría a la que te dirigiste esta mañana te han remitido a él en lugar de tramitarte ellos mismos la denuncia. Desaparece unos minutos para transmitir sus quejas. Mientras, escuchas el relato de el chico que acaba de llegar, al parecer le han atracado a las puertas de la biblioteca de la facultad, sustrayéndole la americana con la cartera dentro.
Tras unos minutos, entregas tu DNI y un par de documentos adicionales que has traído. Se dispone a cumplimentar un formulario online. El desorden de las teclas parece desconcertarle, haces un comentario para tratar de crear un ambiente amistoso. Deja de mirar a la pantalla, ha resultado que tu comentario le ha sentado bien, empieza a explicarte las dificultades por las que pasa el personal de esa comisaría, las habladurías que le han llevado a tomar sus conclusiones, y a conjeturar las respuestas a los acontecimientos que se suceden en el seno de su demarcación o zona. Acaba criticando la Administración en general, empleando un vocabulario para denominarla que no hubieras esperado jamás oír de boca de un agente.
Tras su desahogo, vuelve al formulario. Te pregunta el nombre de tu padre, su localidad de nacimiento. No te pregunta por tu bicicleta. Al parecer hay en la ciudad alguien con tu mismo nombre y apellidos, piensas en "El hombre duplicado", de Saramago, aunque sabes de las distancias. Te extiende unas hojas requiriendo tu firma en cada una de ellas, las firmas. El proceso ha acabado.
Te despides con una sonrisa. Eres consciente de la inutilidad de la denuncia que llevas en la mano, pero crees que era necesaria, que es necesario engrosar las estadísticas para que en un futuro mejoren algunos aspectos. Mientras te alejas piensas en la manifiesta dificultad del agente para hablar catalán que te ha hecho decidirte por hablarle en castellano para fomentar su comodidad, piensas en el vigilante de Prosegur, piensas en las palabras del agente "p... Administración", no piensas en tu bicicleta.

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