Como de costumbre, aparco mi bicicleta en la zona habilitada para tal efecto. La competición que mantengo con el tiempo ha caído hoy de mi lado, aún quedan quince minutos para averiguar en qué aula tiene lugar mi examen y ocupar mi sitio.
Acabo el examen. Miro el reloj. Perfecto, tengo tiempo sufuficiente de ir a casa, comer rápido, cambiarme y volver a salir hacia el servicio de deportes de la Universidad. Salgo corriendo, hoy no puedo coger ningún periódico, no llevo la habitual mochila, y necesito las manos para agarrar el manillar.
Llegando al aparcamiento de bicicletas ya me empiezo a temer lo peor, no veo ningún sillín sobresalir por encima del resto, ni me destella el verde de la cadena que lo asegura. Preparado para el desenlace, me aproximo. En efecto, ni rastro de ella. Sin detenerme, devuelvo a mi bolsillo las llaves con que pretendía abrir el candado. Sigo sin echar la vista atrás hasta la boca de metro más cercana, tal vez invadido por un sentimiento similar al de cuando tropiezas y quieres hacerte creer, siguiendo como si nada, que nadie ha contemplado tu traspiés. Temía este momento desde setiembre, cuando la adquirí, pero el transcurso de los meses había hecho desvanecerse mis temores.
Sentado en el andén, echo de menos el libro que solía llevar siempre encima cuando era usuario habitual del transporte público. Miro a mi alrededor, cuánto ha cambiado la estación en tan poco tiempo, las obras de hace unos meses están acabadas, incluso las tiendas no eran las mismas. Mis compañeros de viaje van todos ataviados con auriculares, aislados de cuánto sucede a su alrededor, sus auriculares indican el modelo y calidad de sus reproductores, ya no es necesario mirar los zapatos.
Llega el tren. Olvidando que hay que apretar el botón para que se abran las puertas quedo inmóbil esperando ante ellas que lo hagan por sí mismas. A mi lado un chico, absorto en la audición de sus temas favoritos, se impacienta. Acaba apretando él el botón y mirándome con desprecio; le dedico una mirada de inocencia y trato de sonreírle, pero ya ha desaparecido en el vagón, mejor, no me gusta Maná.
Entro al vagón, el viaje no lo ameniza ningún músico, tal vez es resultado de la ordenanza municipal que entró en vigor hace un par de meses, o tal vez casualidad. Observo los ojos de mis compañeros, se incomodan, acabo mirando al suelo, resignado, como uno más. De haber alguien con mis aficiones en el vagón, me habrá mirado pensando "A ese chico le acaban de robar la bicicleta y a tomado el metro por primera vez en mucho tiempo experimentando los mismos sentimientos que cuando lo hizo por primera vez hace unos años, al llegar desorientado a esta ciudad, dejando atrás su "Comarca" particular".
Llego a destino, subiendo las escaleras que desembocan en la calle miro el reloj, sonrío, en la competición que mantengo con el tiempo, éste me ha aventajado holgadamente. No me gusta competir sabiéndome seguro perdedor, voy a necesita una nueva bicicleta.
2 comentarios:
Molt maco noi (tot i que fa rabia lo de la bici)
Què hi farem, em serveix de consol pensar que ja estava amortitzada
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