Ofrecer rentabilidades atractivas a inversores privados e institucionales viene siendo un quebradero de cabeza para entidades financieras y gestores de activos. En tiempos revueltos los hay que dan rienda suelta a su imaginación y diseñan productos de lo más particular.
No hace tanto que Afinsa saltó a la fama con sus activos filatélicos, un mercado que atrajo a no pocos ahorradores. El reclamo era bien sencillo, se invierte una cantidad cuyo límite inferior es lo suficientemente bajo como para permitir la entrada de una gran masa de pequeños ahorradores y se obtiene una remuneración en base a la revalorización de los sellos que supuestamente se han adquirido con la inversión, remuneración generalmente de porcentajes por encima de los dos dígitos.
Entre las genialidades que pueden verse actualmente en el mercado, es especialmente llamativa la importancia que están ganando los fondos de inversión vinícolas, con un índice de referencia en el mercado británico (Liv ex) y la proliferación de gestores en diferentes plazas de lo más concurrido, entre las que no faltan paraísos como Islas Caimán.
El producto, a diferencia de los sellos, es de los más chic; y es que no se trata de dedicar una parte de los ahorros a comprar cuatro cartones de Don Simón y un par de botellas de Don Mendo, sino que las cantidades movilizadas empiezan en la mayoría de los casos a partir de los 100.000 euros, y los vinos que uno considera que forman parte de su cartera de inversión son los reputados Lafite Rotschild, Cheval Blanc, Haut Brion, Ausone o Petrus de las mejores añadas.
Qué gran idea, vino del bueno y a buen recaudo, en un almacén fiscalizado donde su precio no hace más que subir. Se ha acabado eso de permitirse el lujo de descorchar uno de esos tesoros que sólo se encuentran en las vinotecas más exclusivas, pues el vino no se bebe, se ahorra. Y si consigo ponerme de acuerdo con el resto de propietarios de mi elitista urbanización y compramos una añada entera... bingo, conseguiremos que nuestra inversión no tenga precio!
Sin duda estos ingenieros de lo absurdo, o mejor dicho, arquitectos, ya que los cimientos de tan estético aparato de inversión son más bien frágiles, aprenden de las crisis, simplemente se trata de perfeccionar y agudizar la siguiente caída.