martes, 29 de diciembre de 2009

Sobre bandas sonoras

Los títulos de crédito de "Avatar" abren con una canción de esas que parecen diseñadas para optar al Oscar, una de esas al más puro estilo Céline Dion, tal vez aderezada con toques orientales a lo Coco Lee, lo que me hace detener el paso antes de salir de la sala para corroborar que, efectivamente, el compositor que acompaña a James Cameron en esta aventura vuelve a ser James Horner, el mismo que lo hizo en Titanic, entre otras.
En esta ocasión, el resultado de la colaboración vuelve a ser más que correcto, una lástima no haber sido capaces de colocar un tema rompedor en algún punto de la película, y no será por momentos que dan para el lucimiento del compositor, de haber sido el tandem Spielberg - Williams, muy probablemente tendríamos que hacer hueco para un nuevo cd en la estantería; si ya fueron capaces de hacerlo para cuatro dinosaurios en una islita, qué no hubieran sido capaces de crear para toda una nueva raza en un planeta entero... Una lástima esta vez, un producto tan hollywoodiense...
En cualquier caso, no es necesario acudir a los gurús S-W, cuya mezcla de talento y visión los hace difíciles de comparar con otros incluso más talentosos, basta pensar en lo que ha sido capaz de lograr Hans Zimmer para marcar el rumbo de la Perla Negra. Parece que Gore Verbinski ha fijado también su pareja de baile en Zimmer, que, curiosamente, no ha sido capaz de consolidar un matrimonio duradero con ninguno de los directores con lo que ha cosechado éxitos, Ridley Scott, Tony Sctott o John Woo, entre muchos otros. Y es que el amor es impredecible, aún cuando, como en estos casos, se trate de amoríos profesionales para rentabilizar inversiones millonarias, aka películas hollywoodienses.
Puestos a elegir, y para completar una terna de compositores que junto con Horner y Zimmer, irían algunos peldaños a la zaga de Williams pero que no por ello dejan de ser excelentes en su trabajo, me quedo con una pareja de lo más fiel que ha sido capaz de crear momentos de lo más emotivo en sus películas: Alan Silvestri - Robert Zemeckis. Sí, es cierto, uno creció maravillado por la música que acompañaba al Delorean a través del espacio tiempo, pero es que estos dos hasta han sido capaces de hacer bailar a una pluma hasta llegar a los pies de un joven que sostiene una caja de bombones.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Abstracción

Suena el concierto para piano y orquesta nº 2 de Rahmaninov mientras mi vista se clava en las gotas que golpean con fuerza el gres de la terraza hasta nublarse por completo. Immerso en un viaje sin origen ni destino, creo adivinar vagas imágenes pasadas, todas ellas inconexas, todas ellas enlazadas a través de una línea atemporal que salta de pasado a futuro y viceversa sin detenerse en el instante presente, ése en el que el sonido de la lluvia acompaña al de la música o quién sabe si es al contrario.
En ese deambular me seducen melodías y paisajes completamente desconocidos que inmediatamente se convierten en ambientes que resultan familiares. De aquí para allá y de allá para aquí, sin detenerse dos veces allá ni tampoco aquí. Subo al tren de Zhou Yu, en el que coincido con aquél niño que mentía diciendo que viajaba a menudo en tren, niño que al instante muta el rostro y me pregunta si ese tren lleva a la casa de Nematzadeh. Y quién sabe a dónde lleva ese tren...
Y el niño que decía que viajaba a menudo en tren vuelve a ver a las señoritas de las esquinas, y por esas esquinas corretea Avijit cámara en mano.
Bajo en un barrio gris en el que no tardan en darme un folleto de propaganda que tomo con mis manos arrugadas, "Siente a un pobre en su mesa", reza. Apoyo mi bastón y camino con dificultad con el mismo e indefinido rumbo que me ha llevado hasta ahí. Una niña oculta bajo un enorme sombrero mejicano me roba una sonrisa cuando pasa correteando delante mío. La sigo con la mirada hasta que se pierde entre las callejuelas.
Lanzo mi bastón y empiezo a correr, ya sin arrugas en mis manos, tras un muchacho que parece saber a dónde va. Lo persigo sin aliento por las mismas calles grises, que se tornan en tierra y más tarde en arena hasta llegar a la orilla del mar. Allí, mientras él, exultante, mira el horizonte, yo vuelvo a escuchar de fondo a Rachmaninov y a contemplar el golpeteo de la lluvia contra el gres de la terraza.