domingo, 31 de enero de 2010

Inland Empire

Inland Empire es una sucesión de escenas cuya conexión es un ligero hilo a penas apreciable que conduce al espectador a través de tres surrealistas, a la vez que sugerentes, horas de metraje.
La historia gira entorno a una actriz que ha conseguido superar un casting para interpretar el papel protagonista de una película que resulta ser el remake de una cinta polaca no acabada debido a la muerte de sus dos actores principales. Cualquier otro comentario sobre el argumento sería puramente subjetivo, y es que sobre esa línea argumental el arriesgado director, David Lynch, da rienda suelta a su creatividad y nos sume en un universo de sensaciones que muy probablemente llevan a cada espectador por derroteros dispares.
Para quien escribe, la intensidad de las escenas y la brusquedad con que cambian los ambientes y los personajes han originado el aterrador sentimiento de estar visionando en una cinta la pesadilla de una persona ajena al experimento a que está siendo sometida. Como en un sueño, partiendo de una situación convencional, se suceden otras de los más incoherente, algunas relacionadas con elementos de la realidad más próxima, otras producto de la imaginación más inhóspita. Puertas que conducen a lugares diferentes, personajes desconocidos que parecen conocidos, personajes conocidos que parecen desconocidos, lugares extraños convertidos en propios de la rutina, lugares habituales convertidos en exóticos, y todo ello ligado con la coherencia que tan sólo el subconsciente que rige nuestra mente en una fase de sueño sabe proporcionar.
Probablemente es difícil encontrar esta película en una lista de recomendaciones, no sería tampoco yo quien la incluyera, pero se trata sin duda de uno de los trabajos experimentales más logrados para acercar el cine a un estado de evolución artística al que tal vez sólo estamos acostumbrados a reconocer la pintura, ésa a la que llamamos abstracta.

martes, 26 de enero de 2010

Viva el vino

Ofrecer rentabilidades atractivas a inversores privados e institucionales viene siendo un quebradero de cabeza para entidades financieras y gestores de activos. En tiempos revueltos los hay que dan rienda suelta a su imaginación y diseñan productos de lo más particular.
No hace tanto que Afinsa saltó a la fama con sus activos filatélicos, un mercado que atrajo a no pocos ahorradores. El reclamo era bien sencillo, se invierte una cantidad cuyo límite inferior es lo suficientemente bajo como para permitir la entrada de una gran masa de pequeños ahorradores y se obtiene una remuneración en base a la revalorización de los sellos que supuestamente se han adquirido con la inversión, remuneración generalmente de porcentajes por encima de los dos dígitos.
Entre las genialidades que pueden verse actualmente en el mercado, es especialmente llamativa la importancia que están ganando los fondos de inversión vinícolas, con un índice de referencia en el mercado británico (Liv ex) y la proliferación de gestores en diferentes plazas de lo más concurrido, entre las que no faltan paraísos como Islas Caimán.
El producto, a diferencia de los sellos, es de los más chic; y es que no se trata de dedicar una parte de los ahorros a comprar cuatro cartones de Don Simón y un par de botellas de Don Mendo, sino que las cantidades movilizadas empiezan en la mayoría de los casos a partir de los 100.000 euros, y los vinos que uno considera que forman parte de su cartera de inversión son los reputados Lafite Rotschild, Cheval Blanc, Haut Brion, Ausone o Petrus de las mejores añadas.
Qué gran idea, vino del bueno y a buen recaudo, en un almacén fiscalizado donde su precio no hace más que subir. Se ha acabado eso de permitirse el lujo de descorchar uno de esos tesoros que sólo se encuentran en las vinotecas más exclusivas, pues el vino no se bebe, se ahorra. Y si consigo ponerme de acuerdo con el resto de propietarios de mi elitista urbanización y compramos una añada entera... bingo, conseguiremos que nuestra inversión no tenga precio!
Sin duda estos ingenieros de lo absurdo, o mejor dicho, arquitectos, ya que los cimientos de tan estético aparato de inversión son más bien frágiles, aprenden de las crisis, simplemente se trata de perfeccionar y agudizar la siguiente caída.

domingo, 17 de enero de 2010

La culpa es de Matías

Espeluznante, terrorífico, estremecedor, horripilante, pavoroso, aterrador, escalofriante, Pedro Piqueras ha llegado a Haití. La posibilidad de ver cadáveres apilados en las calles y edificios derruidos, aderezado con miles de trágicas historias personales, ha llevado al devastado país a las cámaras más morbosas de medio mundo. Un espectáculo así no podía ser obviado por el gran Piqueras, un excepcional periodista que, como el resto de sus colegas, ha colaborado en los últimos años en derribar los cimientos de la profesión; y es que, claro, los periodistas no podían ser menos que los políticos, y ambos colectivos vienen disputando una carrera al sprint para ver quién consigue alcanzar el descrédito absoluto en primera posición. Se les da bien, tanto que, es difícil discernir quién va en estos momentos en primera posición, lo cual tiene mucho mérito, porque su nivel de competencia (ya prácticamente sinónimo de incompetencia) augura que la meta está proxima.
Haití no es más que otra de esas viñetas que adornan los informativos, magacines y hasta programas del corazón. Un país hasta hace una semana olvidado por todos, regido por la voluntad de su vigente dictador, que no es más que uno más en la lista de los que han ocupado su asiento desde la independencia del país, la segunda del continente sólo por detrás de EE.UU. hace ya más de 200 años. Y aún hay que escuchar al mismísimo Nobel de la paz diciendo "No vamos a olvidar a Haití", tal vez tenga razón, aunque sea pura gramática, y es que tan solo mentiría si sus palabras hubieran sido "Nunca hemos olvidado...", pero no, no va a olvidar, sino que ya había olvidado. Quien seguro que no ha tenido ocasión de olvidar es su homólogo, el inquieto Sarkozy, que da cobijo al multimillonario hijo del dictador de Haití en la capital de su república.
A ver qué es capaz de hacer Piqueras en ese sector de La Española; el show puede ser espectacular, la información es lo de menos, lo que importa es el impacto, los fuegos artificiales, recordad que los vemos por los pelos, ya que estuvimos a punto de morir todos víctimas de la gran pandemia llamada gripe A.
Y la culpa... la culpa es de Matías, sí, aquél que descubrió el filón del espectáculo televisivo mezclado con información periodística mientras narraba cómo un avión se estrellaba contra una de las torres gemelas en riguroso directo.