sábado, 26 de enero de 2008
viernes, 18 de enero de 2008
Cuba: La playa
Sí, estuve en la playa. En un viaje al Caribe es obligado visitar la playa y, aunque un chico de interior como yo no tiene desarrollada la pasión por el mar, hay playas que ablandan a cualquiera.
domingo, 13 de enero de 2008
Cuba: Santa Clara
Por mera curiosidad me detuve en Santa Clara a la vuelta de un día en la carretera. Allí se encuentra el memorial del Ché, donde reposan sus restos mortales.
La imagen de este personaje siempre me transporta a mi infancia, me recuerda un póster que tenía colgado un amigo mío sobre el cabezal de su cama. Yo, a mis 8 años, desconocía quién era aquel militar mal afeitado. Ser del Ché parecía darte un cierto caché, a la vez que te alejaba del grupo que colgaba pósters de otros ídolos como los "New kids on the block". Nunca tuve un póster en mi habitación, no hubo ídolos de infancia, pero confieso que a los 8 años, como ahora, consideraba más fantasioso tener colgada la imagen de un militar político que la de unos niños cantores.
De la visita al memorial hubo algo que me impresionó. No fue ver las armas con las que combatía Ernesto, ni la cartilla con sus notas de primaria, ni tampoco las fotografías de sus viajes para combatir en otros países una vez Cuba ya estaba "revolucionada". Fue, simplemente, que en todo el recinto, no había una sola tienda de souvenirs; ¿no es extrañamente magnífico?
La visita fue fugaz, quise aprovechar para pasear por los alrededores del recinto para comprobar cómo se vivía en la ciudad liberada por el médico argentino. El panorama no reflejaba la sensación de ciudad próspera que la propaganda y el propio memorial indicaban. Las únicas caras felices eran las de unos niños que se deslizaban por una pendiente sobre una hoja seca de palmera a modo de trineo. Sus mayores convivían con el opulento monumento desde las puertas de sus maltrechas chabolas. "¿Han notado Uds. algún cambio en los último años gracias a la construcción del memorial?" pregunté a unos ancianos tras haber intercambiado algunas palabras de cortesía. "Ahí vienen los turistas, se sacan sus fotos y se van. Aquí no baja nadie, nosotros vivimos como hace cuarenta años, no ha cambiado nada." A lo que su compañero interpeló "Bueno, pero tenemos el honor de que el Ché repose aquí."
Unos días después vería una imagen tallada en madera del Ché expuesta en un mercadillo junto a la de otra conocida deidad, y es que todos hemos tenido liberadores en un momento u otro.
jueves, 10 de enero de 2008
Cuba: el transporte
Perderse por las carreteras secundarias de la isla es uno de los mayores placeres que pueden experimentarse en Cuba, si bien uno está sometido, si alquila un coche sin chófer, a la voluntad de los abundantes policías que se reparten por toda la red de carreteras con una densidad inmensamente mayor a la de los mismísimos mossos d'esquadra (y el "impuesto revolucionario" que te imponen, además, puede ser cuantioso).
El primer aspecto que sorprende al viajero es, sin duda, la aglomeración de personas en los arcenes. A lo largo de escasos quilómetros no es extraño encontrarse con centenares de cubanos que esperan pacientemente que algún vehículo los recoja. Los hay que esperan en paradas de autobús, los hay que lo hacen en cruces, en cualquier caso, no circulas un sólo quilómetro sin haber comprobado como cientos de personas ponen de manifiesto un desbordado déficit de transporte público. Para desplazarse de una ciudad a otra, de una villa a otra cercana o simplemente de casa al trabajo dondequiera que éste esté, es necesario hacer lo que ellos llaman "la botella", es decir, auto-stop. De no ser así, no existe modo alguno de llegar a destino que no sea andando, en carro de caballos o en bicicleta. El gobierno ha llegado a contratar un cuerpo especial que se encarga de detener ciertos vehículos para acomodar a los máximos viajeros posibles de los que están en los arcenes esperando transporte. Así, si conduces un vehículo de titularidad pública, que son la mayoría y se distinguen por el color azul de la matrícula, estás obligado a detenerte y subir a cuantos viajeros puedas. Aún así, hallar transporte para tantos autoestopistas resulta imposible, sobretodo cuando, entrada la noche, la mayoría de conductores son reticentes a parar si un guardia no les obliga por el miedo a ser atacados. Ver camiones cargados de personas o automóviles con más de 6 ocupantes es, pues, y por necesidad, algo absolutamente habitual.El gobierno ha realizado una importante inversión de 100 millones de dólares en autobuses chinos que deberán empezar a solventar el problema a partir del presente semestre. Todos los cubanos están a la expectativa del impacto que ello supondrá en su mayor problema cotidiano.
El hecho de fijarse en los "habitantes de la carretera" puede hacer olvidar algo importante: apenas existe señalización. Tanto la señalización horizontal como la vertical son prácticamente inexistentes, con lo que perderse es algo habitual para el turista que ha olvidado su Tomtom. En lugar de señalización, el gobierno cubano prefiere inundar los arcenes de sus carreteras de "paneles informativos", es decir, carteles de propaganda revolucionaria, supongo que a modo de adoctrinar a los centenares de personas que pasan ante ellos horas en no encontrar un medio de transporte que pueda trasladarles. Puede que desconozcas cuántos quilómetros resten para llegar a tu destino, puede incluso que circules por una vía que no sea la que deberías haber tomado, sin embargo, estás seguro de una cosa, el Ché es el ejemplo, la revolución es el camino y Fidel es el mejor pastor.
Por cierto, la verdad es que autocares, haberlos haylos; ¿serán los nuevos autocares de uso exclusivamente turístico como estos?
martes, 8 de enero de 2008
Cuba: paseo por la Habana (II)
Una vez hallada la verdadera puerta a la ciudad todo se torna diferente. La vista se pierde en cada rincón, persigue a cada una de las personas que se cruzan en tu camino. Todos los sentidos empiezan a experimentar diferentes sensaciones individualmente, se mezcla el fuerte olor de los arcaicos automóviles con el aroma de las plantas de los patios interiores, los timbres de las bicicletas con remolque que proveen a algunas tiendas minúsculas con el incesante murmullo de los transeúntes, el rítmico ondear de una bandera nacional con el estatismo de un cartel de propaganda anti-americana, y siempre el tacto del disparador de la cámara en el índice derecho.
El entorno es absolutamente decadente, la fotografía del declive de lo que parece haber sido un importante centro económico colonial, contrasta con la ebullición de sus deterioradas calles. ¿Cómo debía de ser la vida aquí hace 300 años? ¿Las gentes que habitaban en los ahora maltrechos palacios pasearían con sus caros y elegantes vestidos allí por donde ahora lucen sus gastadas y sucias camisetas? Las preguntas se suceden, la imaginación se desboca.
El entorno es absolutamente decadente, la fotografía del declive de lo que parece haber sido un importante centro económico colonial, contrasta con la ebullición de sus deterioradas calles. ¿Cómo debía de ser la vida aquí hace 300 años? ¿Las gentes que habitaban en los ahora maltrechos palacios pasearían con sus caros y elegantes vestidos allí por donde ahora lucen sus gastadas y sucias camisetas? Las preguntas se suceden, la imaginación se desboca.
lunes, 7 de enero de 2008
Cuba: paseo por la Habana (I)
Salgo del hotel con intención de callejear por las envejecidas calles de La Habana. Me sorprende la muchedumbre de turistas que caminan al unísono tras una joven mulata qua alza una mano con la que sostiene un paraguas cerrado. Aquí y allá se suceden grupos similares, bien caminando tras su mentor, bien rodeándolo para escuchar sus lisonjeras explicaciones. Algunos, se apartan tímidamente del grupo y hacen uso de sus modernas compactas digitales, sin padecer lo más mínimo por la luz o el encuadre, basta una simple imagen que rece su presencia allí.
A los pocos metros empieza a seguirme un improvisado caricaturista que, andando junto a mí, parece empezar su obra. “No”, pronuncio con un gesto serio. Quiere insistir, pero duda en qué idioma debe interpelarme. Finalmente, se decanta por un “It’s just…”que ni siquiera llega a su fin, dándose así por vencido. Poco más tarde son unas mulatas con vestidos tradicionales a quienes va dirigida mi negativa respuesta, ellas ya ni tan solo tratan de insistir.
Me invade un fugaz sentimiento de decepción, no esperaba encontrarme en una ciudad plagada de turistas, vigilados a escasa distancia por decenas de gaviotas hambrientas. Decido sentirme uno más y desenfundo por fin mi inmaculada cámara, es el momento de estrenarla. Ante mi se alza un ornamentado abeto colocado a las puertas de una Iglesia, una imagen que diluye la débil frontera entre lo religioso y lo pagano, creando un nuevo templo dedicado al agnosticismo. Tal vez Moisés debería romper un par de piedras más, pese a que este vegetal becerro no fuera de oro.
Los abultados grupos empiezan a entorpecerme. Decido darme un chapuzón final entre ellos dirigiéndome hacia la plaza de la catedral. Allí, varios ancianos vestidos con traje antiguo y fumando un ostentoso puro se dirigen por turnos hacia los grupos de turistas al grito de “One photograph, one peso”. Todo es tan diferente a como lo había imaginado… Decido acabar mi baño de multitudes en la famosa “Bodeguita del medio”. De camino me abordan ancianas con puros gigantes, lisiados y vendedores de toda suerte.
Sorprendentemente hay un hueco reservado para mí en la barra, pese a lo atestado del minúsculo lugar. Pido uno de los reputados mojitos que allí se sirven y observo al resto de turistas. “¿De verdad me vas a llevar contigo a Barcelona?” oigo decir a una mulata que se dirigía al chico que la acompañaba. “Cante la canción más típica de Cuba, que la estoy filmando”, decía a su vez alguien en el rincón a la cantante. Doy el primer sorbo a mi vaso. La especialidad de la casa resulta ser asombrosamente decepcionante; clavo mi mirada en dos jóvenes alemanes que tratan de abrirse paso a codazos hasta llegar a la barra. “Hier”, les digo señalando el lugar que yo ocupo, tomo mi cámara y les dejo mi lugar… y mi mojito.
Ya en la calle, miro hacia la derecha, el camino por el que vine, y a la izquierda. Una sonrisa se dibuja en mi rostro, tal vez haya desaprovechado la mañana, pero queda toda una tarde, y, por fin, he descubierto por dónde se entra a La Habana.
A los pocos metros empieza a seguirme un improvisado caricaturista que, andando junto a mí, parece empezar su obra. “No”, pronuncio con un gesto serio. Quiere insistir, pero duda en qué idioma debe interpelarme. Finalmente, se decanta por un “It’s just…”que ni siquiera llega a su fin, dándose así por vencido. Poco más tarde son unas mulatas con vestidos tradicionales a quienes va dirigida mi negativa respuesta, ellas ya ni tan solo tratan de insistir.
Me invade un fugaz sentimiento de decepción, no esperaba encontrarme en una ciudad plagada de turistas, vigilados a escasa distancia por decenas de gaviotas hambrientas. Decido sentirme uno más y desenfundo por fin mi inmaculada cámara, es el momento de estrenarla. Ante mi se alza un ornamentado abeto colocado a las puertas de una Iglesia, una imagen que diluye la débil frontera entre lo religioso y lo pagano, creando un nuevo templo dedicado al agnosticismo. Tal vez Moisés debería romper un par de piedras más, pese a que este vegetal becerro no fuera de oro.
Los abultados grupos empiezan a entorpecerme. Decido darme un chapuzón final entre ellos dirigiéndome hacia la plaza de la catedral. Allí, varios ancianos vestidos con traje antiguo y fumando un ostentoso puro se dirigen por turnos hacia los grupos de turistas al grito de “One photograph, one peso”. Todo es tan diferente a como lo había imaginado… Decido acabar mi baño de multitudes en la famosa “Bodeguita del medio”. De camino me abordan ancianas con puros gigantes, lisiados y vendedores de toda suerte.
Sorprendentemente hay un hueco reservado para mí en la barra, pese a lo atestado del minúsculo lugar. Pido uno de los reputados mojitos que allí se sirven y observo al resto de turistas. “¿De verdad me vas a llevar contigo a Barcelona?” oigo decir a una mulata que se dirigía al chico que la acompañaba. “Cante la canción más típica de Cuba, que la estoy filmando”, decía a su vez alguien en el rincón a la cantante. Doy el primer sorbo a mi vaso. La especialidad de la casa resulta ser asombrosamente decepcionante; clavo mi mirada en dos jóvenes alemanes que tratan de abrirse paso a codazos hasta llegar a la barra. “Hier”, les digo señalando el lugar que yo ocupo, tomo mi cámara y les dejo mi lugar… y mi mojito.
Ya en la calle, miro hacia la derecha, el camino por el que vine, y a la izquierda. Una sonrisa se dibuja en mi rostro, tal vez haya desaprovechado la mañana, pero queda toda una tarde, y, por fin, he descubierto por dónde se entra a La Habana.
viernes, 4 de enero de 2008
Cuba: la llegada
Hace horas que ha oscurecido cuando llego al aeropuerto de La Habana. Allí me espera, apostado sobre la barandilla que protege la puerta de llegadas, un descamisado taxista. Da una última calada a su cigarrillo y, sin soltarlo, extiende el brazo y hace ademán de señalarme con el meñique mientras pronuncia mi nombre.
Tras mi asentimiento, me conduce sin mediar palabra hacia su vehículo. Ambos estamos agotados, aún así, tratamos de entablar una forzada conversación antes de sumirnos en el silencio y la oscuridad de la carretera.
Minutos más tarde, convencidos ambos de haber sido ya lo suficientemente educados, abro la ventanilla del moderno automóvil de origen chino. Deben de ser más de las 23, mi reloj todavía desconoce la hora del nuevo país. Conducimos por una oscura carretera en la que la ausencia de indicadores parece ser indicativa de que nos dirigimos a ninguna parte. Las marcas viarias, si alguna vez fueron pintadas, son absolutamente imperceptibles. Adelantamos a varios vehículos vetustos, preciadas joyas de antaño que hoy emiten un ruido ensordecedor y desprenden una fuerte olor a gasolina que penetra en el habitáculo mezclándose con los restos del aroma del cigarro havano que minutos antes se habría fumado el conductor.
A ambos lados de la carretera deambulan decenas de peatones, allí, en mitad de la nada, con la luna como única farola; parecen desconcertadas almas en busca de la salida del purgatorio. Tengo sueño, demasiado como para interesarme por el destino de esas almas sin rumbo aparente, demasiado como para seguir intentando descubrir un país nuevo en la oscuridad. Subo de nuevo el cristal polarizado de la ventanilla y cierro los ojos.
- ¿Tu primera vez en Cuba?
- Sí.
- Te va a gustar
jueves, 3 de enero de 2008
Vuelta a casa
Acabo de llegar extenuado tras prácticamente 24 horas de viaje. Desde mañana empiezo una breve serie dedicada al viaje con imágenes, anécdotas y curiosidades de mi último destino: Cuba.
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