martes, 19 de diciembre de 2006

"All fiestas must end"

Esta mañana, hojeando medio endormiscado el Wall Street Journal, he leído un titular que me ha llamado la atención: "Deconstructing Spain". Mientras trataba de diluir por última vez el azúcar en mi café preparándome para unos minutos de concentración en el artículo, no he podido contener una sonrisa: ¿habría también en el artículo un personaje desenfocado y frases memorables como "Yo soy ateo por la gracia de Dios" como en la película de Allen?
Definitivamente no. El tema volvía a ser el recurrente boom urbanístico y sus amenazas sobre la economía española. En cualquier caso, qué se dice más allá de nuestras fronteras sobre uno de nuestros tópicos, ya absolutamente intoxicado, podía ser interesante.
La información aportada, sin embargo, no resultaba nueva. El editorialista, Bret Stephens, partía de la base que no es la economía española la que está creciendo notablemente, como los principales indicadores así pueden hacer creer, sino su mercado immobiliario. A ello añadía que, mientras que nuestra economía supone alrededor de un 11% de la de la zona euro, la demanda española ha alcanzado la cifra del 32% en la misma zona. Bajo esas premisas, la visión apocalíptica del autor se desata.
Dado el peso del sector de la construcción en el PIB nacional y la concentración del crecimiento económico y el empleo que ello supone, y teniendo en cuenta que cada año se construyen unas 800.000 viviendas, que el procentaje de primera vivienda cubierta ya asciende al 85% y que el mercado de segunda residencia o la inversión en vivienda puede crecer en la medida que el precio es atractivo, las bases para la recesión económica española (siempre teniendo en cuenta los datos y las opiniones de Bret Stephens) están sentadas.
Ese era el esquema básico de su argumentación, edulcorado con alguna referencia a los casos de corrupción de Seseña o Marbella, y también considerando la caída de la productividad.
Pero lo que me ha irritado realmente del artículo era la excesiva y tal vez desacertada politización del asunto. Y es que el autor no plantea todos esos datos como una descripción de la situación actual, sino como una denuncia al gobierno de centro-izquierda en el poder. Ya en el segundo párrafo se insinúa esa idea: "All fiestas must end, or at least wind down. In this case, the thriving housing market covers up structural shortcomings in the economy to which the center-left government has paid scant attention." Denuncia, más adelante, que el gobierno ha alentado la situación a través de favorables medidas fiscales (tal vez existan, pero la legislación fiscal no se reforma cada legislatura). En cuanto a su crítica sobre la baja productividad y los efectos de ésta a medio plazo, planteo una reflexión: en estos momentos, la construcción, junto con los servicios, representan el mayor polo de atracción de empleo; y son precisamente esos sectores los que, por su propia estructura y características, aglutinan la menor productividad; de producirse la tan temida catástrofe la productividad no sería el problema, pues los otros sectores tienes índices aceptables.
Para acabar, esta es su sentencia: "The government of Prime Minister José Luis Rodríguez Zapatero seems far more content to ride the economic coattails of reforms introduced by its predecessors. But unless Madrid tackles these issues, Spain's boom times may soon be followed by a return to the more familiar mediocrity of the past."
No entiendo cómo se puede pretender que la situación del sector de la construcción en este país está donde está por la pasividad del gobierno actual, que lleva tres años en el poder mientras que la situación lleva agrabándose desde finales de los 90. Es evidente que este gobierno se jacta de ciertos indicadores económicos por engañosos que éstos sean, pero igualmente lo han hecho todos los anteriores y lo harán los que han de venir, y es que el triunfo en las elecciones es la gran meta, desafortunadamente.
Me molesta el posicionamiento político del periódico, de todos los periódicos, pero no me sorprende, desgraciadamente estamos acostumbrados a ello y, menos, como en este caso, en que el editorialista puede haberse visto motivado por la postura del gobierno español en Iraq o su posicionamiento en el conflicto de Israel contrario a sus ideas (hay quien considera a Stephens como pro-israelí). Lo que sí me sorprende, es que un editorialista de WSJ incurra en el siguiente error: si afirma "Spanish consumers keep the EU going", ¿cómo pretende aislar el desastre español, la vuelta a su "familiar mediocridad del pasado"? En un mercado globalizado, los fracasos no son nunca individuales, por lo que las consecuencias tampoco. Por otro lado, ¿es consciente el autor de la complejidad de la legislación española en materia de competencia urbanística? Si así fuera, ¿querría aceptar que la situación actual no hubiera sido posible sin el beneplácito de gobiernos locales de ambos colores?

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